Thursday, 13 August 2009

La vida es un tesoro al final del arco iris...

Nunca olvidaré a mis padres y su afán de que entienda que la vida es un tesoro y que los tesoros son fortunas que a todos nos duelen. Fortunas que materializan el amor en la tierra; fortunas que se desprenden del vientre materno y se construyen en las sociedades. Fortunas que crecen por el sol, los alimentos, los abrazos y los tiernos besos.
Pasaron los años, y fue cuando ese afán comenzó a golpear mi cabeza que maduraba en la almohada y que preguntaba y no callaba en el día. Empecé a entender la magnitud de las guerras, de las bombas, de los asesinatos en serie, de los accidentes, de las tragedias, y la teoría de ponerme en los zapatos de los demás. También comprendí que nunca se es capaz de sentir el dolor ajeno sin el tacto directo a ese sufrimiento que desgarra un alma, un corazón o una piel.
La vida de un ser humano es un pedazo de cielo, una ola del mar, una montaña de recuerdos, la raíz madre de un árbol gigante. Una vida es un mapa infinito de vivencias, emociones y respiros. Leer las reseñas de los asesinatos frecuentes que se llevan a cabo en la isla de mis ensueños, me arrebata el sentimiento de sentirme segura y confiada de pisar sus costas o vivir en sus entrañas. Kaisha Requena Grullón es una víctima más de los tantos tesoros arrebatados en los últimos años, que cada vez se incrementan más y más.
Pero resulta que nos hemos dedicado a responder a estos eventos desalmados “fortaleciendo” nuestras fuerzas de vigilancia y protección ciudadana, nuestro poder judicial, nuestro ministerio público o desarticulando “asociaciones de malhechores” que se forman en los distintos barrios o ensanches del país sin saber que existen otras soluciones que jamás atacamos.
Keisha murió y no paré de sentir dolor; groseramente frente a su casa la despojaron de su vida, de su tesoro. Me puse en sus zapatos, también puse a mis hermanas, a mis mejores amigas, incluso puse a mi madre, y la rabia frenó mi imaginación porque no podía más. Inmediatamente empecé a pensar y releer en mi cabeza las noticias cotidianas de que en las zonas más empobrecidas del país las matanzas se han convertido en deporte, y que la droga es la ficha más pesada en la mesa de ‘dominó’ dominicana. Triste, pero aún con fuerzas de seguir reflexionando, repasé las tantas luchas en contra de la corrupción, que es un mal que le quita atención a los tesoros arrebatados que tantas lágrimas, sufrimiento y dolor generan.
No sigamos curando males de manera irresponsable; analicemos, reflexionemos con más fuerzas: esto no es SOLO producto de falta de seguridad ciudadana, o de corrupción en la PN, o violación de leyes, o de lo podridas que están las prisiones (recintos para que los delincuentes realicen maestrías en el tema: “¿cómo seguir delinquiendo?”) o de soluciones como el decreto cenicienta, o de operaciones en busca de armas; esto no es culpa del presidente, o del vecino, o de la pandilla que vive a metros de nuestros hogares: es un asunto que tiene demasiadas ventanas por donde mirar. Ahora bien, este artículo toca una de las ventanas más abandonadas y que a mi entender es fundamental para comprender nuestro contexto social: las enormes brechas sociales que separan a una clase y la otra, dibujando una línea de guerra entre ellas. Brechas que no permiten a los más privilegiados conocer y saborear el mal sabor de levantarse y no saber qué comer, qué hacer, qué rumbo tomar. Unas brechas que no tienen nada que ver con lo lejos que quedan Guachupita y Arroyo Hondo, o Naco y Los Praditos. Brechas que se llevan el significado de la vida y le dan la espalda a los más desaventajados; brechas que promueven la educación mediocre y el clientelismo. Unas verdaderas fisuras sociales que colocan cara a cara ciudadanos totalmente distintos: unos que viven y otros que sobreviven.
Aclaro que esto no es justificación alguna para que ningún individuo cometa un acto delictivo. Estas líneas no son más que una advertencia de que cada vez esas brechas son tan responsables de esas crueldades como lo es responsable también la fragilidad institucional. Lo que es importante para mi, desde mi espacio restringido de privilegio académico, social y económico, no es importante para aquel que recibe una educación mediocre, politizada, y además vive en una abatida realidad que es la de la mayoría. La concentración de oportunidades, riquezas y conocimiento en unas cuantas manos es razón suficiente para generar una revolución ciudadana y un estado inhabitable.
Se hace necesario imponer medidas a favor de la pobreza; medidas que reúnan las clases en un punto medio, con igualdad de oportunidades y de acceso a los servicios estatales, reduciendo la corrupción a cero, y eliminando estigmas que arrastramos por ser una ex colonia y un estado controlado por todos y por nadie. No dejemos que más muertes detonen un verdadero cambio en la República Dominicana. Obliguemos a nuestras autoridades, desde nuestros espacios, a que favorezcan a los más desposeídos con normativas que los coloquen en un plano de igualdad y de justicia social, y luego celebremos todos y todas al final del arco iris.

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